Los brujos estigios se habían reunido en el bosque maldito de Seeth_Maamhot convocados por Azhrael ... Dios de las sombras
La poderosa magia estigia de los Krull era conocida y temida desde la noche de los tiempos y se perdía en el génesis de la primera edad del Sol
Habían forjado una enorme espada en la Fraguas de Elrhün para poder obsequiar como tributo al regreso del temible demonio de primer nivel que estaban a punto de invocar ...
Profirieron los hechizos antiguos escritos en la lengua negra prohibida y que solo los más oscuros magos eran capaces de descifrar ...
E invocaron a petición del autoproclamado Dios Azhrael a Meghalion ... el más poderoso demonio de la antigüedad ...
Los cielos se desgarraron en una tormenta de sombras.
Relámpagos púrpuras surcaban la negrura de la noche mientras el aire se volvía denso con el hedor del azufre y la carne quemada.
Sobre el altar de obsidiana, rodeado por columnas de fuego negro, los cánticos de los acólitos se alzaban como un lamento en la lengua de los condenados.
Desde la grieta abierta en el corazón de la tierra, una forma colosal emergió.
Primero, un par de garras tan grandes como lanzas se aferraron al borde del abismo, seguidas por unas alas titánicas de tendones y cuero rojo.
Luego, una cabeza bestial, con ojos negros como la profundidad de las tinieblas y cuernos que se curvaban hacia el cielo en desafío.
Meghalion había vuelto.
Su cuerpo de tres metros de puro
músculo rojo palpitaba con la furia de la guerra.
Cada fibra de su ser irradiaba
poder destructivo, y su aliento era como el humo de un millar de piras
funerarias. En su puño infernal, empuñaba una espada colosal, forjada en los
fuegos del inframundo, su filo parecía devorar la luz misma.
Desde las sombras, la presencia
etérea de Azhrael, el Dios de la Oscuridad, observaba con satisfacción.
Susurros antiguos resonaron en la mente
del demonio de la guerra, dándole la orden por la que había sido llamado: devastación.
Meghalion alzó su espada y rugió,
un estruendo que sacudió la tierra y quebró el valor de los hombres.
Su renacer no era un milagro,
sino una maldición sobre la tierra. El ancestral demonio había regresado.
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