Dragones Dorados: Guardia Real del Rey Ragnar

La Guardia Real de Ragnar, el soberano unificador de Gröholm, y su sola presencia convierte el silencio en respeto, y el respeto en temor.





Ataviados con túnicas de un púrpura profundo, tan oscuro como los cielos previos a una tormenta, los guardias se alinean como si fuesen esculpidos por manos divinas. Sobre sus corazones flamea el emblema del Dragón Dorado, símbolo de la realeza, del fuego eterno que, según la leyenda, nunca se extinguirá mientras Gröholm se mantenga firme.








Sus armaduras son un canto a la opulencia y al poder: forjadas en las fraguas de Königsburg y bañadas en oro de las minas imperiales y endurecidas con runas antiguas, relucen como el sol en el filo de una espada. Cada placa está tallada con grabados que narran gestas pasadas: conquistas, pactos, traiciones evitadas por el filo de una lanza o el susurro de una espada desenvainada en el momento justo.







Los yelmos, ocultan rostros endurecidos por la guerra y templados en la disciplina. Solo los mejores entran a estas filas: aquellos que han salvado una vida real en batalla, que han vencido en combate singular o que han demostrado lealtad más allá de la sangre. No hay reclutamiento. Hay mérito. Y hay gloria.




Cuando caminan, el mundo parece detenerse. El oro cruje, las capas ondean como estandartes vivientes, y el sonido de sus pasos —rítmicos, pesados, inevitables— recuerda a todos que Ragnar no está solo. Que su voluntad se extiende más allá del trono, como las alas del Dragón Dorado en los cielos tormentosos de Gröholm.








Y si alguna vez el enemigo se atreviera a cruzar las puertas del palacio... encontraría primero a los Hijos del Dragón. Y después, el silencio de su sepulcro.






 

Comentarios